Mis primeros kilómetros
Mi estreno de carretera fue,
a los dos días de tener el carné, para ir
de Vitoria a Burgos, acompañada por unos amigos que me escoltaban en otro coche (necesitaba entrenarme porque a la semana siguiente me venia a Ferrol para pasar con mis padres las vacaciones de verano. El coche que me escoltaba tuvo que tocar el claxon varias veces y pararme para advertirme de que corría demasiado. Yo no veía peligro ninguno en hacerlo así. No se me ocurría pensar que
120 Km/h para un 600, para una conductora novata y para el tráfico de una carretera nacional era demasiado. Para mi aquella carretera era magnifica, largas rectas, buen asfaltado y el coche cogía velocidad sin que yo lo pretendiera. Pero tampoco se me ocurría reducir, jaja…
Con nueve días de carné, me vine a Ferrol, desde Vitoria, haciendo yo solita los casi 700 Kms de entonces, sorteando el entonces horrible puerto de Piedrafita, con una carretera estrecha y malísima, llena de curvas muy cerradas, que por aquella época no tenia ni túneles ni viaductos para salvar los accidentes geográficos. Por el puerto más que coches transitaban camiones de transporte, de los que, eso sí, sus conductores me saludaban tocando el claxon, apartándose y reduciendo la velocidad para que pudiera pasar mas fácilmente, luego me decían adiós con la mano, yo agradecida tocaba también el claxon; no los saludaba con la mano porque por el momento no me atrevía a soltar ninguna del volante. ¡Eran otros tiempos! ¡Era novedad mi "600" azul por los puertos de montaña entre amables camioneros que debían de verme como a una hormiga motorizada!
Una barbaridad que recuerdo, relacionada con mi ignorancia y mi falta de experiencia al volante, era que las ruedas del coche me “cantaban” por algunas curvas de Piedrafita y yo estaba encantada creyéndome una Fittipaldi, por aquello de que a los coches de carreras también les chirriaban las ruedas en las competiciones. Entendía que aquello significaba conseguir buena velocidad al mismo tiempo que mantener el coche retenido, ¡que disparate! ¡Dios mío, y no me paso nada! ¿De donde me habría venido semejante idea?
Una vez que estuve en Ferrol surgió un pequeño problemilla. Había aprendido a conducir sin usar las cuestas para nada pues en Vitoria por donde yo hacia prácticas era todo llano. Y justo la calle de la casa de mis padres en Ferrol, como otras muchas de la ciudad, tenia una empinada cuesta lo que hacia que yo sudase tinta para aparcar y desaparcar sin tocar a los coches que tenia delante y detrás. Un día en una de las cuestas de la ciudad, estaba aparcada cuesta abajo y al soltar el freno para salir monté el bordillo de un jardín y “bese” un árbol con el morro del coche, quedando plantada en medio del césped. No paso nada porque fue suavecito, ya que no había apenas distancia entre el estacionamiento y el árbol. Los transeúntes se partían de la risa y yo colorada, jajá…
Idas y venidas Ferrol-Vitoria
Trayecto Ferrol-Vitoria utilizando parte del "camino de Santiago" en la provincia de León (línea verde).
Marcada en rojo la variante desde Benavente hasta Burgos pasando por Palencia.
También en rojo la alternativa de la costa, por Gijón y Santander.
En cada período de vacaciones cuando venía a Ferrol a la casa de mis padres, hacia el recorrido por provincias del interior, generalmente eligiendo entre Astorga y Burgos, el “camino de Santiago”, que resultaba ser el trayecto más corto en kilómetros, y en invierno, si las carreteras estaban heladas ( eras frecuente por los pueblos cerca de Sahagún), lo hacia por Benavente y Palencia, que era mejor carretera y además elegía el parador de La Bañeza para comer, que entonces era escuela de hostelería y se comía estupendamente. Otras veces comía donde lo hacían los camioneros y luego me iba a tomar café al parador de Benavente, descansando un rato en sus magníficos salones, alternando lo popular con lo selecto. En invierno, que siempre se me hacia noche cuando venia a Ferrol, dormía en el parador de Villafranca del Bierzo a la entrada de Galicia. Entonces resultaba un viaje interminable atravesar el largo puerto de Piedrafita y hacer las carreteras gallegas, siempre en obras , llenas de curvas, estrechas…sin poder pasar de 40 kms a la hora…El viaje en sentido inverso, Ferrol –Vitoria, lo hacia de un tirón, porque el peor tramo, Galicia, lo recorría por la mañana y luego era coser y cantar.
Los regresos después de Navidades, desde Ferrol a Vitoria, si había riesgo de nevadas, lo hacia por la costa para evitar el uso de cadenas (no creo que supiese ponerlas) por la nieve y heladas del puerto de Piedrafita. En Villalba (Lugo) cogía la carretera en dirección a Gijón, donde quedaba a dormir, y luego seguía por Santander y la provincia de Vizcaya hasta llegar a Vitoria.
Recordar estos viajes ahora me parecen de auténtica aventura, sobre todo una vez, un mes de enero, que para evitar Piedrafita se me ocurrió internarme entre los limites de las provincias de Lugo y Orense y recuerdo que estuve haciendo kilómetros y kilómetros por los montes, en la más absoluta soledad, que se me hizo noche en ese inhóspito paisaje y que de pronto “patine” por el hielo ¿…? ¡Ni lo había visto!, por suerte no hubo consecuencias pero no por mi pericia sino porque debía de andar por allí San Cristóbal. A continuación me vi. envuelta en una niebla espesa y tuve que conducir unos cuantos kilómetros con la puerta abierta del coche para ver la raya de la carretera y no salirme de la calzada, todo a 20 por hora. No quería parar solo quería llegar a algún sitio civilizado. ¡Suerte que no me alcanzó ni arrolló ningún otro coche! Al final de un trayecto angustioso vi un hotel que ponía “El Temple” ¡había llegado a Ponferrada! y allí me quede a pasar la noche. De aquella no había ni móvil, ni GPS, ni nada de nada. Ahora hay otras carreteras, túneles para evitar los puertos, viaductos para salvar los valles… ¡es otra cosa! Pero ahora que es todo tan estupendo no salgo de los alrededores de Coruña. ¡No me gusta la carretera! Y si tengo que ir a Vigo, a Santiago, etc. prefiero el tren e ir leyendo en el trayecto, ja, ja... No tengo miedo de mi conducción, tengo miedo de la de los demás ¡Y con la velocidad que llevan!...
Me parece increíble haber viajado tanto en "600", sola, y cuando las carreteras eran pésimas.
Durante los cuatro años que viví en Vitoria hice también bastantes kilómetros pues muchos domingos me gustaba recorrer los pueblos vascos, sola o acompañada: Me interesaba conocer las fiestas populares y ver espectáculos tradicionales como el frontón y pelota vasca. También iba mucho a Bilbao, San Sebastián, Burgos, Pamplona, Logroño, Santander, Valladolid, a visitar a amigas o por razones de trabajo…
El último trayecto Vitoria –Ferrol lo hice cuando finalicé allí mi trabajo, en 1973, y me vine con medio apartamento dentro del "600", (increíble lo que el coche daba de sí, además de la vaca, por supuesto), después de una noche sin dormir celebrando la despedida con mis amigos en la víspera de las fiestas patronales de la Virgen Blanca, el día de la Bajada del Celedón. Cuando llegué a Ferrol y mi padre vio el cargamento que traía se sorprendió de que no me hubiera reventado una rueda. ¡Lo que hace la ignorancia! La mía, claro.
Otros viajes. Portugal
Entusiasmada con “el éxito” de mi primer viaje Vitoria–Ferrol, a la semana siguiente y
con quince días de carné, salí de
Ferrol, recogí a mi amiga "Picolina" (ya os la presenté en otro post.
ver enlace.), en
Vigo, y juntas nos fuimos
hasta Oporto y Lisboa. ¡Que viaje más maravilloso!
Era 1970.
Y por tierras de Portugal, venga de velocidad
compitiendo con los maravillosos “carros” de que hacían gala los portugueses. En un puente un tanto estrecho y enrevesado (creo que era a la salida de la ciudad de
Viana) pues no era en línea recta, me cruce con dos ciclistas que venían en dirección opuesta, sin darme tiempo a reducir la velocidad inadecuada que yo llevaba para aquel tipo de trazado. No paso nada pero me dio tiempo de ver como varias personas, que circulaban por las aceras del puente, se echaban las manos a la cabeza presagiando un desastre.
¡El coche me llevaba a mí, yo no dominaba el coche! Y no paso nada quizá porque los ciclistas se las ingeniaron para no sucumbir ante mi falta de pericia.
¡Que barbaridad, la alegría con que conducía entonces!
Estábamos llegando a Oporto, cuando dos chicos, conduciendo un "Mini", de fabricación inglesa (se importaban muchos en Portugal por aquella época) empezaron a seguirnos, a adelantarnos, dejarnos pasar…Para ver si los despistábamos nos paramos en un bar de carretera “escondiendo” mi coche detrás de un camión, pero fue inútil. Al poco entraron en el bar y ¡bla, bla, bla…! Total que esa noche cenamos con ellos en un precioso restaurante de Oporto, recién inaugurado, en el puerto, que se llamaba Doca, número ¿…? (no recuerdo). Hicimos amistad, nos enseñaron sitios preciosos de la ciudad, clubes privados, etc. La amistad duro un tiempo, y ellos vinieron luego a Galicia A veces nos encontrábamos en Valença, la frontera…
Con mi amigo portugués, en la frontera, contemplando el río Miño, al final de una tarde con poca luz.
Después de tres días en Oporto,
continuamos hasta Lisboa y Cascáis. Y yo tan feliz conduciendo por todas partes. Me asombra recordarlo porque ahora soy incapaz de ir a las grandes ciudades en coche conduciendo yo. La verdad es que entonces el tráfico era asequible por todas partes y el resto de conductores nos trataba con mucha amabilidad al ver a dos españolas jóvenes en un 600. En todo ese viaje no encontramos a una sola mujer conduciendo.
Panorámica de la bella Lisboa
Delante de Los Jerónimos, con mi amiga Picolina
Torre de Belem
No bien llegué a Ferrol, de regreso de mi aventura portuguesa, mi cuñada (entonces soltera) me comentó que el barco en el que navegaba mi hermano llegaría a Oporto en un par de días. No lo pensé dos veces ¡Otra vez a Oporto! Claro, entonces yo acababa de dejar allí a un encantador amigo portugués, un amigo que cuando lo conocí el tenía ya dispuesto emigrar a Brasil y del que no volví a saber. Ahora me ha gustado recordarlo, ¡era un hombre muy tierno! Para entonces tenía ya también yo muchos y nuevos amigos en Vitoria.
Otros viajes en mi "600", acompañada de mi madre.
El primero, en 1972. En unas vacaciones de verano, mi madre fue a visitarme a Vitoria ( a mi padre no les gustaba viajar y siempre optaba por quedar en casa) para luego regresamos juntas a Ferrol, haciendo un recorrido turístico todo por la Costa Cantábrica, quedándonos a dormir en Santander, y otro día en el parador de Santillana del Mar, desde donde fuimos a visitar las Cuevas de Altamira. Estuvimos en Oviedo y Gijón. Parándonos por todas las playas de las Rías Altas Gallegas, para darnos un baño y tomar el sol. Ahora me gusta recordar lo felicísima que fue mi madre en ese viaje, disfrutando de todo.
Vitoria. Parque de La Florida
Playa de La Concha en San Sebastian, desde el Monte Igueldo
En Santillana del Mar.
Hermosísimo pueblo que supongo estará muy cambiado en la actualidad.
Entonces era normal ver carros tirados por bueyes o vacas, por sus empedradas calles de preciosas casas blasonadas.
A la derecha el parador de turismo donde nos alojamos.
Playa de Gijón, ciudad en la que viví cuando tenía meses y donde aprendí a dar mis primeros pasos
La espectacular Santa María del Naranco, en Oviedo, y declarada patrimonio de la Humanidad, por la UNESCO.
Por fotos que he visto, hoy se encuentra totalmente
restaurada luciendo, más si cabe, su singular belleza.
También nos recreamos recorriendo pueblos y paisajes de Galicia. No dejamos ni un faro, cabo, ni ría, de las
Costa Lucense y de la
Costa Norte Coruñesa, sin visitar.
Ría de El Barquero, vista camino del cabo de Estaca de Bares.
Vista de la playa de Vicedo, camino de Estaca de Bares.
Esta preciosa costa, como toda la costa lucense, está ahora amenazada por las urbanizaciones. Quiero recordarla así.
El segundo viaje fue en 1973, también me acompañó mi madre.
Recién instalada yo en Coruña, por cambio de trabajo, y durante unas cortas vacaciones de septiembre, recorrimos toda la Costa del Mar Ártabro hasta Finisterre, parándonos en todos los pueblecitos: Cayón, Muxia, Ponteceso, Camariñas, Finisterre, comiendo y durmiendo en casas rurales (entonces sin esta denominación, sencillas casas de marineros o de gente del campo) visitando todas las ermitas y faros que veíamos señaladas, visitando hórreos y cruceros… Solas por todas partes, sin vestigios de turistas, todo a precios baratísimos, degustando un marisco excelente… ¡que viaje más inolvidable! ¡Esa Galicia ya no existe!
Bueno con el "600" hice muchos viajes durante 20 años (1970-1990), pero sobre todo al principio, explorando y aventurándome por todo tipo de carreteras y descubriendo lugares desconocidos para mí, sobre todo del medio rural, que hasta entonces me habían sido inaccesibles.
Al final, regalé mi querido "600" azul, al hijo de una prima… ¡Eche de menos durante mucho tiempo aquel estupendo utilitario, fuerte y resistente, que me llevo a tantos sitios y que nunca me dejo tirada!