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"Peine del Viento". Obras del escultor Eduardo Chillida, en Donostia (San Sebastián).
El viaje
Con un grupo de jubilados de Coruña, socios de UDP (Unión Democrática de Pensionistas), y a principios del pasado mes de mayo,
hice un viaje desde la ciudad herculina hasta Bilbao, después de una
parada en Gijón para dar un paseo por la ciudad y comer una estupenda fabada,
acompañada de excelente sidra.
Mi motivación para hacer un corto viaje al País Vasco era repasar algunos de los lugares que conocí durante la etapa de mi trabajo en Vitoria (1968--1973), época en la que recorrí ciudades y pueblos de las tres provincias vascas, aprovechando las posibilidades que me proporcionaba mi utilitario "600" para visitar y conocer sus bellos paisajes y costumbres.
Sobre todo tenía ganas de ver las innovaciones y positiva transformación de la ciudad de Bilbao y conocer su Museo Guggenheim, así como visitar en Guipuzcoa las obras del escultor Chillida, pasear por la entrañable para mi ciudad de Vitoria...
San Sebastián. El "Peine del Viento"
Ubicados en Bilbao, aprovechamos un día para desplazarnos hasta San Sebastián. Al llegar a la ciudad donostiarra, y sin desanimarnos por la mañana húmeda y con niebla que nos acompañaba, hicimos la primera visita, siguiendo la Playa de Ondarreta hacia la Punta Torrepea, caminando por el Paseo de Eduardo Chillida, hasta alcanzar el enclave en que se sitúan las famosas obras de este magnifico escultor, tituladas "Peine del Viento", realizadas en acero corten, material que permite solventar con ventaja los problemas de corrosión implícitos en un lugar donde el mar y el viento producen una erosión constante. Las esculturas, realizadas en la forja de Patricio Echevarria, en Legazpia, pesan cada una aproximadamente tres toneladas y miden dos metros de altura.
Para que las obras de Chillida pudieran instalarse en las rocas, de esta batida zona de la costa donostiarra, fueron importantes los trabajos de anclaje de las esculturas realizados por el ingeniero José María Elosegui, al igual que también hay que destacar la colaboración del arquitecto Luis Peña Ganchegui, que diseñó la explanada desde la que se contemplan las esculturas, hecha en granito rosa de Porriño (Galicia), cuyo color armoniza perfectamente con el de las rocas del enclave. La superficie esta provista de unos orificios o bocas que en los días de mar alto y muy batido, actúan a modo de fumarolas, permitiendo que asciendan por ellos chorros del agua salina, que el viento se encarga de disipar cubriendo, a modo de salitrosa y cristalina niebla, el "Peine del Viento", que adquiriere así un especial halo de misteriosa belleza.
Lástima que durante mi visita la marea estaba baja. Me hubiera encantado ver las esculturas "peinando" , entre sus férreas curvas rojizas, la blanca y sutil espuma producida por un batiente oleaje y dispersada por el viento.
Sentí también, para completar la visión del "Peine del Viento", no poder visitar, por estar actualmente cerrado al público, el Museo "Chillida Leku" (Lugar de Chillida), en Hernani, donde sus obras están instaladas entre jardines y bosques, rodeando el caserío Zabalaga, conjunto dispuesto por el propio escultor para conservar el legado de su obra.
Las obras de Chillida expresan perfectamente, a mi modo de ver, lo que entiendo por carácter vasco. Sencillez en la forma y en las maneras, fuerza y temple en la condición y materia. Identificación con la tradición y la naturaleza. Orgullo de pertenencia al propio pueblo. Respeto y amor por sus raíces.
El tiempo que viví entre los vascos, y siguiendo su ejemplo, aprendí yo también a amar a mi tierra. Quizás también por tener ascendientes vascos, abuela paterna, siento algo especial por ese pueblo y esa tierra, que más que admiración, es sentimiento, emoción honda e íntima.
San Sebastián, por la mañana, temprano.
Isla de Santa Clara y Monte Urgull desde la Playa de Ondarreta.
Aprovechando que estábamos en la zona de la Playa de Ondarreta, nos dirigimos al mirador de los jardines del Palacio Real de Miramar, hoy hermoso y cuidado parque municipal, para contemplar las vistas de la Ciudad de Donosti, y toda vez que la amenaza de lluvia nos hizo desistir de subir al Monte Igueldo, ya visitado en otras ocasiones, y desde donde la panorámica es ciertamente excelente.
Playa de La Concha desde los jardines del Palacio Real de Miramar.
Antes de pasear por la Playa de La Concha, y esperando que despejara la niebla al avanzar el día, nos decidimos a visitar la Parte Vieja de la ciudad, a partir del lugar en que se encuentra el moderno edificio del Kursaal, a donde nos trasladó y dejó el autobús.
Echamos un vistazo a la Playa de Zurriola, y desde allí hice unas fotos, aunque con mala visibilidad, del Monte Ulia, y del Monte Urgull, que desciende hasta el Paseo de Salamanca, en la desembocadura del río Urumea. Atravesamos luego el transitado Puente de Zurriola o del Kursaal, y con el Ayuntamiento de fondo, como orientación, nos dirigimos por el Boulevard, hacia las zonas de más encanto y tradición donostiarra.
Playa de Zurriola
El mar, en la desembocadura del Río Urumea
Mercado de la Bretxa
Teatro Victoria Eugenia
Pasamos por el Teatro Victoria Eugenia y echamos un vistazo al colorista y bien abastecido Mercado de La Bretxa. En la Alameda del Boulevard, fotografío el quiosco de la música, preciosa joya del modernismo, hecho en hierro forjado y cristales de bellos colores, y encargado en 1906 al famoso artista y arquitecto aragonés Ricardo Magdalena Tabuenca (y no, como erróneamente creen algunos, a Gustave Eiffel). Próximos al Ayuntamiento, tomamos la Calle Mayor para visitar la Plaza de la Constitución y la Basílica de Santa María, en la que entramos para ver a la Virgen del Coro, patrona de la ciudad.
Quiosco de la Música, en la Alameda del Bulevar
Después de la visita a la Basílica, tuvimos un tiempo libre hasta la hora de comer. Me dí prisa antes de que cerrara, para visitar la singular iglesia de San Vicente, en la que se conjugan diversos estilos, y que guarda vestigios de sus antiguas funciones defensivas.
Museo de San Telmo.
Muy próximo a la iglesia de San Vicente, se encuentra este interesante museo, ubicado en lo que fue antigua fundación monacal dominica, hoy propiedad municipal, y que en su día se erigió gracias a sus fundadores Alonso de Iidiáquez y Yurramendi, secretario del emperador Carlos V, y su esposa Gracia de Olazábal.
En este Museo, del que no tenía referencias previas, me llevé algunas sorpresas, como la de su luminoso claustro, la rica colección de lápidas funerarias, y las interesantes pinturas murales de su capilla mayor, obra del pintor José María Sert, que las empezó en 1928.
Las pinturas creo que me impactaron por el ambiente del momento en que las vi, con la capilla a oscuras, un andamio en el centro (por motivo de unas reformas que se están llevando a cabo) y unos focos que iluminaban solamente los extraordinarios frescos, en los que predominan, casi en exclusiva, colores ocres, marrones y dorados. Todo estaba en silencio, con la única presencia de un técnico, subido al andamio, y una pareja que compartió conmigo asiento en un banco. Se escuchaba música religiosa de fondo. Me produjo una sensación especial aquella visión inesperada de belleza, ¡hay momentos mágicos!.
Como no me salieron bien las tres fotos que hice de las pinturas de la capilla, incluyo una, tomada en Internet, con motivo de un concierto de jazz, celebrado allí, en el que actuó el conjunto noruego Jan-Bang.
Capilla Mayor de San Telmo. Concierto de la Jan Bang. 2011
Foto de Lolo Vasco /Jazzaldía. Publicada en "El Diario Vasco".
Museo de San Telmo en el momento de mi visita
El claustro
De los placeres del espíritu a los del paladar.
Estar en San Sebastian y no tomar "pintxos" sería imperdonable. Desde el Museo de San Telmo deshice el camino hacia la Basílica de Santa María, porque me había fijado antes en los muchos bares y restaurantes del entorno. Parándome ante una de las casas más antiguas de la ciudad para hacer unas fotos, fui a dar, por olfato, en el "Gandarias" (al parecer uno de los famosos de la zona). La hora del aperitivo aún no estaba en su apogeo, el ambiente era tranquilo y agradable, me instalé en la barra y tomé un tinto con un par de pinchos calientes, ¡buenísimos!
Después me dirigí por la calle del Puerto en dirección al mar, observando que estaba empezando a animarse el ambiente de chateo, tanto en esta calle como en las transversales.
Vistas desde el puerto
Pasé por delante del Ayuntamiento y de los Jardines de Alderdi Eder, lleno de árboles tamarices (muchas personas creen que se trata de tamarindos pero no es así, el tamariz es muy diferente), cuyas ramas todavía se encontraban desprovistas de hojas. Dejé la vista de los jardines y del mar para ir hacia la Calle Loiola y llegar a las dos delante de la gótica Catedral del Buen Pastor (cuya torre me recuerda la de la catedral de Oviedo) para reunirme allí con el grupo del viaje e ir todos juntos a comer.
Ayuntamiento y Jardines de Alderdi Eder
Por la tarde. Paseo por la Playa de La Concha
Casa Real de Baños
Después de comer tuvimos tiempo libre hasta la hora de regresar a Bilbao. Por suerte se había disipado la niebla y lucia el sol, que, aunque no radiante, era suficiente para disfrutar de una agradable temperatura dar un paseo recibiendo la brisa del mar, además de poder tomar un café en una de las hermosas terrazas que se asoman a esta bella bahía.
Sola, me encaminé en primer lugar hacia la zona donde se emplaza la sede del Club Eguzqui y que fue antigua Casa Real de Baños, construida en 1911 para sustituir a la anterior hecha en madera, y luego el precioso conjunto llamado La Perla, que data de 1912, anteriormente también de madera y dedicado entonces a Casa de Baños o Balneario, uno de los más hermosos del mundo, y convertido hoy en moderno talaso, formando conjunto con un restaurante y cafeterías con terraza.
Cafeterías y terrazas del edificio La Perla en el Paseo de La Concha
Una vez que hube tomado un rico café, me entretuve observando el paisaje y a las personas que disfrutaban del mar o a las que, como yo, se limitaban a pasear a lo largo de la tradicional barandilla de hierro forjado, tantas veces fotografiada por su belleza y elegancia.
San Sebastián. Una ciudad cómoda para usar bicicleta.
Hermosos puentes sobre el río Urumea.
Al fondo, Puente de María Critina
Puente de Santa Catalina
Puente de Zurriola o del Kursaal
Un pequeño descanso antes del regreso.
Como el autobús iba a recogernos en la zona del Kursaal, en el mismo lugar que nos había dejado a la mañana, decidí, antes de cruzar el puente, ir al elegante hotel María Cristina a tomar una consumición para conocerlo. Allí me encontré con un pequeño grupo de la excursión disfrutando de amable tertulia.
El Puente de Zurriola y el mar, como despedida.
San Sebatián, Donostia, Easo, aguarda al viajero, siempre acogedora.
El verano esta a punto de comenzar (eso esperamos todos) y la Ciudad, que se inundará de luz y de color, conseguirá que sus visitantes disfruten con su elegante belleza y excepcional ambiente.
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Sugerencias en mi blog.
Puente colgante de Portugalete. Vizcaya
http://www.jubiladajubilosa.com/2013/07/puente-de-vizcaya-puente-de-portugalete.html
"La araña". Museo Guggenheim. Bilbao.
http://www.jubiladajubilosa.com/2013/05/la-arana-obra-de-louise-bourgeois.html